Un hombre solo y cabizbajo, haciéndole compañía a un solitario banco en la acera. Nadie se fija en él. Yo apenas lo miro intentando no incomodarlo (ni incomodarme).
Una mujer en su hogar, si entendemos por casa otro banco en la acera, con sus cartones, su cigarrillo y su universo gris.
En la glorieta una señora mayor, elegante casi, sentada día tras día con su gran maleta esperando. Luego desapareció. Tal vez encontró finalmente el boleto para alejarse de tanta soledad.
No seré hipócrita comparándome con ellos, pero todos alguna vez no hemos sentado a llorar en un banco con un cigarro entre los dedos. Todos alguna vez hemos preparado maletas para viajes dolorosos.